Oportunidad perdida: Lo que puede desaprovechar Brasil por la inacción de Bolsonaro

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El 12 de diciembre de 2022 había sido estipulado como el último día posible para aprobar la regulación de las apuestas deportivas en Brasil. Tal como llegó, el 12 de diciembre finalizó sin dejar rastro de una acción legislativa favorable para la industria.

Lo cierto es que Jair Bolsonaro tuvo cuatro años para convencer a sus mayores partidarios —los evangelistas— de apoyar a una industria que posicionaría a Brasil entre los cinco mercados más populares de apuestas.

Más allá de la relevancia de la industria, sea por afinidad a los deportes o por contar con la sexta población a nivel global, el sector tendría un valor de alrededor de 3.4 mil millones de dólares al año para el 2027, según H2 Gambling Capital.

Esto, por supuesto, si se regula la industria lo más pronto posible.

Originalmente, en 2018, el Gobierno de Michel Temer dispuso un período de dos años para aprobar la propuesta regulatoria, con la posibilidad de ampliarlo por otros dos años más. Si bien en las últimas semanas han circulado rumores sobre una posible extensión de estas fechas para que Bolsonaro cuente con más tiempo para firmar la regulación, la realidad es que el plazo original establecido para el 12 de diciembre no se cumplió.

El lado oscuro de ignorar la regulación

Lo cierto es que el mercado de apuestas en Brasil ya existe y ya genera millones al año. Los empresas más importantes ya tienen sus operaciones listas para lanzar oficialmente sus productos, mientras que otras ya se encuentran físicamente en el país para aprovechar las ventajas de llevar a cabo todas las acciones de forma local.

Lo cierto, también, es que el mercado opera desde las sombras, y que todos los ingresos que el Gobierno podía percibir a partir de una simple firma, no los obtendrá.

La hoja de ruta denotaba un cierto camino para que Brasil ya pudiera aceptar apuestas de forma legal y regulada antes de la Copa del Mundo, que comenzó en noviembre y finalizará este próximo fin de semana. La inagotable presión de la banca evangélica, y por consecuente la inacción de Bolsonaro, han llevado a que el país que se consideraba favorito para las casas de apuestas no pudiera aprovechar ni un solo real de forma legal.

Es decir, ni el Estado puede generar ingresos, ni los clientes pueden aprovechar de la seguridad jurídica que les garantiza jugar en un mercado regulado y con claras normativas que incluyan medidas de prevención y seguridad.

Ahora bien, ¿qué representa esta falta de iniciativa para los operadores? Probablemente nada. Tanto los operadores, como los proveedores y los afiliados, ya han probado su capacidad de llegar al país sudamericano y adaptar su oferta para todos los jugadores. Ellos ya han realizado todo el trabajo duro, ya se han enfocado en mejorar la oferta y son los que se merecen el crédito de que Brasil cuente con el lema de “gigante de la industria” una vez que este mercado finalmente se abra.

Los equipos de fútbol y los medios de comunicación podrán, por lo menos a corto y mediano plazo, continuar con todos los acuerdos que se encuentran en vigor, ya que no hay ningún tipo de disposición que los prohíba.

En un mundo lleno de prejuicios, calificar a la industria del juego como inmoral es una doble vara que poco representa el sentimiento popular de clientes que entienden esta oferta como mero entretenimiento. El sector evangélico está en desacuerdo con esta afirmación.

¿Por qué? Regular las apuestas abriría las puertas para que se legalicen los casinos y otros tipos de juegos. Los evangelistas, tal como declararon en el pasado, creen que estas acciones son “inmorales”. Aunque, quizás, es inmoral que el Gobierno perciba beneficios y los jugadores se encuentren protegidos. Quizás, no beneficiar económicamente al país y proveerle un marco seguro a los jugadores es la solución moral.